En verano, lo que de verdad manda no es la moda, ni las dietas, ni siquiera el destino de las vacaciones: lo que prima, por encima de todo, es lo fresquito. Y no hablo únicamente de la temperatura ambiente, que también, sino de esa frescura que necesitamos en todos los órdenes de la vida cuando el calor aprieta y la mente pide tregua.
Porque sí, nos gusta llegar a un lugar y que nos reciba una brisa suave, un ventilador con dignidad o un aire acondicionado que funcione sin sonar como un avión a punto de despegar. Queremos abrir la ventana y que entre olor a mar, a campo o, como mucho, a jazmines, pero no esa bofetada caliente que a veces te recuerda más a un secador de peluquería que a unas vacaciones soñadas.
Pero lo fresquito no se queda solo en el termómetro: también lo exigimos en lo que leemos. En verano, uno no quiere manuales de economía, tratados sobre geopolítica o novelas que requieran mapas, genealogías y un lápiz para seguir la trama. No. Queremos lecturas ligeras que nos acompañen en la tumbona, que nos hagan sonreír, que nos enganchen como una conversación de chiringuito y que, cuando las cerremos, nos dejen el alma igual de fresca que el cuerpo después de un baño en el mar. Libros que se lean con una mano mientras la otra sostiene un vaso de algo con hielo.
Lo mismo pasa con las películas. El verano no está hecho para dramas existenciales ni thrillers que nos dejen el corazón en un puño y la cabeza llena de teorías. En estas fechas, el cuerpo pide comedias, historias ligeras, romances improbables y aventuras disparatadas que nos permitan desconectar y, al terminar, quedarnos con esa sonrisa tonta y ese buen sabor de boca que es, en el fondo, la banda sonora de las vacaciones. Películas que podamos comentar después con un “¡qué risa!” o un “¡qué bonita!” mientras cae el sol.
Y, por supuesto, lo fresquito también aplica a las amistades. El verano es tiempo de rodearse de gente que sume, que te contagie energía positiva, que entienda que la palabra clave es “descanso”. Nada de personas que traigan problemas, discusiones o dramatismos innecesarios a la toalla o a la mesa de la terraza. Queremos compañía que sepa reírse, improvisar, brindar y, sobre todo, disfrutar del momento. Amigos que no te pidan madrugar para hacer rutas imposibles a cuarenta grados, sino que te propongan un baño al atardecer o una cena bajo las estrellas.
Lo fresquito, en realidad, es una filosofía de vida estival. Es elegir lo que nos aligera en vez de lo que nos carga, lo que nos refresca en vez de lo que nos abrasa. Es entender que, en vacaciones, no se trata solo de escapar del calor físico, sino también de las rutinas pesadas, de las preocupaciones que ya tendrán su momento en septiembre y de esas exigencias que parecen no tomarse descanso nunca.
Por eso, cuando pensamos en las vacaciones perfectas, imaginamos una combinación perfecta: un lugar donde la temperatura sea amable, una lectura que nos atrape, películas que nos diviertan, y amigos que nos hagan sentir que cada día de descanso vale por tres. Porque, al final, lo fresquito es eso: un estado en el que el cuerpo, la mente y el corazón se sienten ligeros, contentos y en paz.
Así que este verano, más que nunca, rodéate de frescor: en el aire, en las páginas, en las pantallas y en las personas. Porque cuando todo está fresquito, la vida sabe mucho mejor.