En el mundo del estilo, la comunicación o cualquier forma de expresión pública, hay algo que sucede con frecuencia: cuando alguien hace algo diferente, auténtico, que conecta con la gente y destaca, de pronto empiezan a surgir réplicas por todas partes. Las ideas se repiten, los formatos se calcan, los gestos se reproducen sin alma. Y lo más curioso es que quienes copian no siempre lo hacen por maldad o estrategia: a veces creen, ingenuamente, que imitar lo visible es suficiente para lograr los mismos resultados.
Y aunque no me gusta hablar de mi, tengo que decir que yo misma lo he vivido. Me he reinventado a los y muchos años para seguir vigente, adaptándome a los nuevos lenguajes digitales, sin dejar atrás mi esencia ni mi historia. He aprendido a mostrarme en redes, a crear contenido desde mi experiencia, a ser cercana pero gentil, y a conectar con una audiencia que valora la autenticidad. Nada de esto ha sido fruto del azar: detrás hay años de trabajo, de conocimiento del mundo social, de sensibilidad estética, de olfato periodístico, y también de atrevimiento. Porque reinventarse, cuando muchos piensan que ya hiciste todo lo que tenías que hacer, es un acto de valentía.
Y sin embargo, he visto cómo otras personas replican formatos, frases, poses, incluso ideas que son claramente personales. Como si copiar bastara. Como si bastara con hacer lo mismo, pero sin haber vivido lo que se ha vivido. ¿Es envidia? ¿Es admiración? Probablemente, un poco de ambas. La admiración te lleva a querer parecerte a alguien que te inspira. La envidia, a querer tener sus frutos sin sembrar lo mismo. El problema es que, en este proceso, se olvida algo esencial: lo que nace del alma, no se puede duplicar.
Ser imitada, aunque a veces moleste, es también un reconocimiento. Significa que lo que haces tiene impacto, que marcas tendencia, que has abierto un camino nuevo. Eres pionera. Ser referente implica que tus ideas han calado tanto que otros quieren apropiarse de ellas. Y eso, en el fondo, es una forma de victoria.
También te obliga a estar un paso por delante. Te mantiene despierta, alerta, viva. Cuando sabes que te observan y te siguen, no puedes dormirse en los laureles. Tienes que seguir creando, seguir transformándote, seguir sorprendiendo. Y ahí es donde reside el verdadero poder: en que si sabes hacer lo tuyo mejor que nadie, porque lo llevas dentro. Los demás sólo intentan acercarse desde fuera.
Pero no todo es bonito. Ser copiada sin crédito puede resultar frustrante. No por ego, sino porque se banaliza algo que tiene un valor profundo. Hay mucho esfuerzo detrás de una marca personal bien construida. Mucho trabajo invisible. Mucha búsqueda interior. Ver cómo otros reducen eso a una fórmula superficial puede doler.
Además, quien copia no evoluciona. Se limita a seguir huellas ajenas, sin desarrollar su propia voz. Y lo peor: quienes imitan sin comprender, sin respetar el proceso, se desgastan pronto. Porque no hay nada más efímero que lo que no nace de verdad.
¿Que hay que hacer entonces? Seguir adelante. Con más fuerza. Con más autenticidad. Porque el tiempo pone a cada cual en su sitio. La copia puede funcionar un rato, pero la coherencia es lo que perdura. Y el público, aunque a veces tarde, siempre distingue quién tiene verdad y quién sólo repite gestos vacíos.
Así que si te imitan, sonríe. Estás haciendo las cosas bien. Inspiras. Molestas. Mueves. Pero no dejes de innovar, de arriesgar, de ser tú. Porque mientras ellos copian, tú ya estás pensando lo siguiente. Y ahí está tu ventaja: nadie puede alcanzarte si tú no paras de volar.