Hay personas que no pueden pasar sin un café por la mañana, otras sin mirar el horóscopo, y luego están ellas: las que no pueden vivir sin comprar ropa. Las ves pululando por las tiendas como sabuesos de la moda, olfateando gangas, texturas nuevas o simplemente esa prenda que les haga sentir algo parecido al flechazo adolescente. A veces es un vestido. A veces una chaqueta de lentejuelas imposible de combinar. Pero la frase estrella siempre es la misma:
— “¡Esto es justo lo que yo andaba buscando desde hace tiempo!”
¿Seguro?
No importa si ya tienen otras cinco camisas blancas. Esta es diferente. Esta tiene un botón dorado en el puño. Esta es “la buena”. Y cuando están en la caja, mirando el datáfono con la tarjeta temblando, lo repiten para sí mismas como un mantra balsámico:
— “Esto me lo debía. Lo estaba buscando desde hace meses.”
Y así, la excusa se convierte en coartada emocional, en pequeño salvavidas de autojustificación. Porque ¿quién puede discutirle a alguien que por fin ha encontrado lo que llevaba años buscando? Casi suena épico. Como si hablaran de una reliquia medieval, y no de unos mocasines color mostaza que no pegan con nada.
¿Pero por qué pasa esto?
La respuesta no está solo en la tela o el diseño. Está en el chute de dopamina que genera el acto de comprar. Comprar ropa nueva —aunque no la necesites— da una pequeña subida de ánimo. Es como tomarte un bombón emocional. Y el cerebro, que es muy aficionado a los caprichos, aprende rápido:
ropa nueva = bienestar momentáneo.
Y ahí vamos. Cazando bienestar por perchas, vitrinas o carritos online a las tres de la mañana. “No estoy comprando por impulso, estoy construyendo mi estilo”, nos decimos. Aunque lo cierto es que a veces solo estamos construyendo otra pila más en la silla del dormitorio.
El “esto es lo que yo buscaba” como ilusión de sentido
El ser humano necesita sentido, incluso cuando se trata de un pantalón palazzo. Y cuando compramos algo que ni necesitamos ni planeábamos, el cerebro tira de creatividad:
— “Es que combina con aquel bolso rojo que nunca uso.”
— “Es que por este precio, sería delito no llevárselo.”
— “Es que tengo una boda el año que viene…”
Es entonces cuando aparece la gran excusa elegante:
— “Esto es justo lo que buscaba.”
Esa frase es como un abrigo de lana para la conciencia: cálido, confortable y con bolsillos donde esconder la culpa. Es también una especie de puente entre el deseo y la lógica. Una forma sutil de decir: “No es capricho, es destino”.
Comprar ropa es también buscar(se)
En el fondo, cada compra tiene algo de espejo. Nos preguntamos, a través de la ropa, quién somos, quién queremos ser… o simplemente cómo nos gustaría que nos miraran los demás. A veces no compramos ropa: compramos una versión de nosotros mismos.
Por eso, aunque sepamos que tenemos el armario a reventar, aunque repitamos que no vamos a caer otra vez, algo se enciende en nuestro interior cuando vemos esa falda, ese color, esa silueta. Nos decimos que lo necesitábamos. Que era la pieza que faltaba. Aunque en realidad, lo que faltaba era un poco de ilusión, o un pretexto para sentirnos nuevos por dentro… aunque sea por fuera.
Metáforas para entenderlo
Comprar ropa es como adoptar pequeñas identidades nuevas. Cada prenda es una promesa: “Con esto me voy a sentir diferente”. O al menos, un ratito.
Es como sembrar margaritas en un campo de rutina: quizás no hacen falta, pero ¡cómo alegran la vista!
Y sí, habrá quien lo critique. Pero mientras no se rompa el equilibrio con la cuenta bancaria ni con el planeta, comprar ropa también puede ser un gesto poético. Una forma de decir:
— Hoy quiero brillar un poco más.
Aunque solo sea para ir al supermercado.